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DEGRADACION ACELERADA DE LA DEMOCRACIA ESPANOLA

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Escrito por Colectivo de veteranos   
viernes, 13 de febrero de 2009
argazkia07.jpgEl monolito que recuerda a los cinco obreros acribillados por la Policía española en 1976 fue testigo antes de ayer de la comparecencia de una treintena de personas, «viejos y viejas militantes», como se definieron, con varias décadas de lucha social, vecinal, política y sindical a sus espaldas. Luchadores de una misma generación que quisieron compartir una «valoración generacional» de lo que sucede en este país. En Gasteiz comparecieron, entre otros, Jesús Valencia, Txomin Ziluaga, Paquita San Bartolomé, Juantxu Oscoz, Andoni Txasko, Tere Ponton, Imanol Olabarria, Agustín Gil, José Luis Martínez Ocio, Iñaki Ruiz de Pinedo, Félix Placer, María Luisa Murgiondo, Pablo Corres, Rosana Moreno y Piru Etxebarrieta. También estaba Romualdo Barroso, padre de uno de los trabajadores muertos aquel fatídico 3 de marzo, que portaba en sus manos el libro sobre aquellos hechos escrito hace años por la periodista Amparo Lasheras, hoy en prisión por encabezar una lista electoral. Precisamente, las primeras palabras de Jesús Naves y Bego Oleaga, que ejercieron de portavoces, fue para Lasheras e Iñaki Olalde, cuyo encarcelamiento, como el de otras muchas personas, expresa «el grado de degradación al que está llegando esto que llaman democracia». Por ello, reclamaron su libertad y la del resto de los detenidos en esa misma operación. A continuación, publicamos el texto redactado para la ocasión por este colectivo de veteranos en la lucha socio-politica.


versión castellana, más abajo versión en euskera

Los aquí presentes conocemos a Amparo Lasheras o Iñaki Olalde, a uno de ellos o a ambos, compañeros de luchas e inquietudes a lo largo de tantos años. Los han metido en la cárcel, con una acusación que supone una pena de entre 8 y 12 años.

Su encarcelamiento y el de otras muchas personas no es más que la expresión del contexto político en que vivimos, del grado de degradación al que está llegando esto que llaman democracia. Exigimos la libertad de Amparo de Iñaki y del resto de detenidos en la misma operación.

Todos los aquí presentes somos viej@s militantes. Vivimos los últimos años del franquismo, la Transición y la posterior democracia desde la lucha social. Ayer y hoy, unos implicados en el movimiento obrero, en el vecinal o en contra de la OTAN, otras en la lucha feminista, la antirreepresiva o en la defensa de los derechos que nos corresponden como pueblo; abstencionistas, antimilitaristas, independentistas, cristianos de base etc. Compartimos generación, y queremos compartir una valoración generacional de este casi medio siglo.

Nuestras luchas comenzaron en el franquismo, en una dictadura a la que al menos hemos de reconocer una virtud: se mostraba tal y como era. No había margen para la lucha social dentro de la legalidad. La receta era simple; mano dura, y se reconocía abiertamente.

Murió Franco, y los mismos que dirigieron una dictadura manu militari durante 40 años, decidieron que era hora de recorrer un camino, “atado y bien atado”, de cara a homologarse ante el mundo como una más de las democracias occidentales que nos rodeaban.

Ese camino fue la Transición, donde el poder trató de asimilar a toda izquierda a cambio de ciertas libertades, las que exige una democracia representativa “al uso”: libertad de expresión, de asociación, derechos individuales, derecho a manifestarse… y por supuesto las elecciones “libres” como paradigma de los nuevos tiempos. Se trataba de encauzar las ansias de ruptura dentro de los márgenes de lo posible: Y lo posible fue una democracia formal aunque de baja calidad incluso para el contexto europeo. Donde jueces, militares y políticos pilares del sistema anterior continuaron en sus puestos, y por supuesto con la integridad territorial del Estado y el capitalismo como bases incuestionables.Pero también creemos que tuvieron que admitir formas y herramientas para la lucha social que no hubiesen querido cedernos. Si los concedieron fue precisamente porque hubo lucha e inconformismo, mediante la que ensanchamos aquello que nos presentaban como “lo posible”.

Han pasado treinta años desde entonces. Treinta años de democracia que no nos servía desde un principio, pero cuya deriva represiva y autoritaria en los últimos años está llegando a cuotas impensables hasta no hace mucho. Hoy, nos encontramos con una democracia que ha optado por dejarse de teatros y formalidades y vuelve a mostrar lo que, más o menos oculto, siempre ha mantenido en su interior.

Es delito ser independentista, es delito la desobediencia civil, es delito la solidaridad, es delito todo intento serio por transformar la realidad. Puede un@ dar con sus huesos en la Audiencia Nacional por dar ruedas de prensa, y encontrarse allí con quien que participó en una manifestación contra el TAV o en recuerdo del 3 de marzo, con otra que elaboró un escrito público para desarrollar estrategias de desobediencia civil, con aquel director de periódico o con el de más allá que no acertó a medir sus palabras en un artículo de opinión. Y puede que vuelva a encontrarse con todos ellos nuevamente en la calle, pero después de muchos años.

Hoy como siempre, continuamos creyendo en la necesidad de una transformación estructural de la sociedad, que sacuda hasta nuestros más básicos cimientos dejándonos irreconocibles. Porque seguimos creyendo que la explotación laboral, que el machismo, que la existencia de pueblos dominadores y pueblos dominados o la coexistencia de la pobreza extrema con la extrema riqueza no son fallos o imperfecciones de este sistema. Son el sistema.

Seguimos trabajando por esa transformación. Al mismo tiempo, aquí y ahora, tenemos otra tarea colectiva urgente. Defender los espacios y herramientas ganados mediante la lucha en otros tiempos, incluyendo los que corresponden a una democracia formal y que atendiendo a sus propias reglas de juego deberían respetar. Denunciando la continua agresión de la que son objeto pero, sobre todo, haciendo uso de ellos: de la desobediencia, de la movilización, de la libertad de expresión, de la acción directa, de la autocrítica, de la insumisión…

Estamos llegando a tales extremos dictatoriales en nombre de la democracia que, aquí y ahora, está en juego la posibilidad de la práctica disidente.

 

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